Dubrovnik
Dubrovnik, fundada en el siglo VII bajo el nombre de
Ragusa, es hoy Patrimonio de la Humanidad. Recorrerla es una experiencia
fascinante: cada rincón parece contar una historia.
Llegamos a Dubrovnik con el sol cayendo sobre las murallas. El rumor del Adriático envolvía cada paso, y la ciudad parecía hablarme en susurros de piedra.
Los orígenes de Ragusa se remontan a tiempos de migraciones
y refugios costeros. A lo largo de los siglos, la ciudad ha resistido el
dominio de Venecia y otras potencias, conservando su identidad y autonomía.
En 1991, tras la declaración de independencia de Croacia,
Dubrovnik sufrió uno de los episodios más oscuros de su historia. Las fuerzas
serbias y montenegrinas atacaron duramente la ciudad, provocando un asedio de
seis meses. Los bombardeos destruyeron edificios históricos y causaron la
muerte de numerosos civiles. A pesar de ello, Dubrovnik renació con fuerza,
restaurando su patrimonio y reafirmando su lugar como “la Perla del Adriático”.
Murallas de Dubrovnik
El casco antiguo, ubicado en el corazón de la ciudad, está
rodeado por imponentes murallas medievales. Recorrerlas exige algo de esfuerzo
físico: subir, bajar, trepar... pero la vista compensa cada paso. Desde lo
alto, el mar Adriático se despliega en todo su esplendor, y la ciudad parece
una maqueta viva de piedra, historia y luz.
Dentro del casco antiguo se encuentra el Museo de Historia
Cultural, ubicado en el Palacio del Rector, una elegante construcción de estilo
gótico. Allí se exhiben obras de arte, armas, documentos y fotografías que
narran la evolución de la ciudad.
Este entorno también fue escenario de la serie Game of
Thrones, lo que ha atraído a miles de visitantes en busca de los paisajes que
dieron vida a Desembarco del Rey. La calle peatonal Stradun, arteria principal
del casco antiguo, está flanqueada por tiendas de recuerdos, moda local,
restaurantes de mariscos y cafés que invitan a detenerse y observar.
Plaza Luža
En el corazón del casco antiguo se abre la Plaza Luža,
presidida por la icónica Torre del Reloj. Allí se encuentran el Palacio Sponza,
con su elegante fachada renacentista, y la Columna de Rolando, símbolo de la
libertad y la justicia medieval.
Catedral de Dubrovnik
Una joya arquitectónica que alberga obras de artistas
croatas, italianos y flamencos. Su interior sorprende por la sobriedad y el
detalle, y es uno de los espacios más serenos de la ciudad.
Fuente de Onofrio
Ubicada en la entrada del casco antiguo, esta fuente
monumental da la bienvenida al visitante con su diseño circular y su historia
ligada al sistema de acueductos medievales. Es punto de encuentro, descanso y
fotografía.
Más allá de los monumentos
Dubrovnik también invita a disfrutar del verano en sus
playas, que bordean el Adriático con aguas cristalinas y vistas inolvidables.
Una excursión imperdible es el paseo en barco hacia la isla
de Lokrum, visible desde las murallas. En pocos minutos se llega a este refugio
natural, ideal para caminar entre pinos, visitar el antiguo monasterio o
simplemente contemplar el horizonte.
Gracias al fenómeno global de Game of Thrones, Dubrovnik ha
recibido en los últimos años a miles de fans que buscan revivir escenas de la
serie en sus escenarios originales. Pero más allá de la ficción, la ciudad
sigue siendo un testimonio vivo de resistencia, belleza y memoria.
El abrazo del muro
Esta casa, perdida en una calle sin nombre, guarda historias,
desde el suelo una raíz antigua, trepa el muro y extiende sus brazos hacia el
balcón.

Donde la piedra recuerda y la vida insiste.
La fortaleza histórica se ve ante la fragilidad persistente
de la naturaleza.

“Travesía entre ciudades, travesía interior”
“Zagreb me enseñó a escuchar el silencio de las plazas. Split, a leer el tiempo en las fachadas. Dubrovnik, a aceptar que el viaje más profundo no es el que se hace con los pies, sino con la memoria. Esta trilogía no es solo un recorrido por ciudades, sino por las formas en que me habito cuando viajo.”
A veces, los lugares más estrechos contienen las memorias más amplias. Este callejón, con sus escalones irregulares y sus muros de piedra gastados, me recuerda que el viaje no siempre se mide en horizontes abiertos, sino en ascensos silenciosos. Cada peldaño, marcado por el paso del tiempo, parece susurrar historias de quienes lo han recorrido antes—vecinos, viajeros, soñadores.
Croacia nos ofreció costas, plazas, y voces. Pero también nos regaló estos silencios de piedra, donde aprendí que el viaje más profundo es el que nos obliga a mirar hacia adentro mientras subimos.
PD:“Dubrovnik nos enseñó a escuchar el silencio de la piedra.
Estambul nos invitó a descifrar el rumor del mármol. Entre ambas ciudades, el
viaje se volvió rito: dejamos atrás la contención del Adriático para abrazar la
exuberancia del Bósforo. Y en ese cruce, algo en nosotros también se
transformó.”
Antes de dejar Croacia atrás, vale la pena detenerse en lo
que hizo que el viaje fuera tan fluido como memorable. Tuvimos la suerte de
contar con una guía excepcional, cuya historia familiar—abuelos croatas—le daba
al relato una calidez que no se aprende en los libros. Croacia nos recibió con
seguridad y tranquilidad: incluso en las ciudades más turísticas, la sensación
de cuidado era constante. Los hoteles en Split, Zagrev y Dubrovnik, fueron
cómodos, bien ubicados y con ese toque de hospitalidad que hace que uno se
sienta más viajero que turista. El micro que nos transportó por la costa
dálmata fue cómodo, limpio y silencioso. El idioma… el croata, con sus siete
casos gramaticales y sonidos imposibles como ‘č’ y ‘ž’, nos recordó que hay
lenguas que se escuchan más con el corazón que con el oído. A veces bastaba una
sonrisa, un gesto, o el esfuerzo de decir ‘hvala’ para que la conexión se
hiciera real. Así, con la mochila llena de memorias y la certeza de que aún nos
quedaban rincones por descubrir, emprendimos el cruce hacia Estambul.
Viajamos con la organización desde La Plata con Oggiono. Siempre una garantía.