Camino a Efeso
Öresin Han
Los carteles ayudan a recordar lugares, rutas, gestos. Este, en particular, nos detuvo frente a Öresin Han, clasificado como “Özel Tesis” (instalación privada) y supervisado oficialmente por el Ministerio de Cultura y Turismo de Turquía.
El término “Han” en turco suele referirse a una antigua posada o edificio histórico que servía como alojamiento para comerciantes y viajeros, especialmente en las rutas como la de la seda.
Este tramo del viaje —rumbo a Éfeso— lo hicimos en bus. Así fuimos entrando a distintos lugares, muchos de ellos con una marcada intención de vender productos. Pero detrás de esa insistencia comercial, se revelaban capas más profundas: arquitectura valiosa, gestos que evocaban antiguos intercambios, patios que aún guardaban ecos de caravanas.
Desde tiempos antiguos, Anatolia (la actual Turquía) fue un corredor vital entre Oriente y Occidente. Caravanas cargadas de seda, especias, piedras preciosas y manuscritos atravesaban sus mesetas, deteniéndose en hans como este: refugios para comerciantes, animales y mercancías.
Arquitectónicamente, estos edificios eran verdaderas fortalezas. Con patios centrales, galerías, almacenes y a veces mezquitas o baños, ofrecían seguridad y descanso. Hoy, algunos sobreviven como testigos silenciosos, otros como espacios reconfigurados para el turismo, pero todos conservan algo de ese pulso antiguo.
Donde florece la piedra.
Pamukkale: el castillo de algodón
Después de la flor entre piedras, llegamos al castillo de algodón. Allí, la tierra se derrama en blanco, como si el tiempo hubiera decidido descansar.
Pamukkale: donde la piedra se vuelve nube
Pamukkale, en la provincia de Denizli, es una maravilla natural que parece brotar del sueño de la tierra. Su nombre, “castillo de algodón”, no exagera: las terrazas blancas de travertino, formadas por aguas termales ricas en calcio y bicarbonato, se derraman como nieve detenida en el tiempo.
Declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1988, Pamukkale es más que paisaje: es rito. Visitantes de todo el mundo se sumergen en sus aguas tibias, buscando alivio, belleza o simplemente el asombro de caminar sobre piedra blanca que parece nube.
Yo no pude resistirme. Aunque la ropa no era la adecuada, me descalcé. Dejé que el agua recorriera mis pies. Fue un gesto mínimo, pero profundo. Como si el cuerpo recordara algo que la mente aún no había nombrado.
Los gatos en Turquía no solo abundan: son respetados, cuidados y casi venerados. En ciudades como Estambul, hay miles de gatos callejeros que viven libres, alimentados por vecinos y turistas, con refugios construidos especialmente para ellos. Esta devoción tiene raíces culturales y religiosas:
Entre piedras que recuerdan tantos hechos, árboles que esperan otros visitantes, y un camino de madera que quiere decirnos a dónde vamos.
Tallada en mármol, con alas que aún recuerdan el movimiento, esta figura guarda la promesa de la victoria, no como conquista, sino como presencia.
En Éfeso, entre ruinas que susurran mitos, Niké aparece como suspendida: un instante donde el viaje se afirma.











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