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10.21.2025

Camino a Efeso. Pamukale


 Camino  a Efeso



 Öresin Han

Los carteles ayudan a recordar lugares, rutas, gestos. Este, en particular, nos detuvo frente a Öresin Han, clasificado como “Özel Tesis” (instalación privada) y supervisado oficialmente por el Ministerio de Cultura y Turismo de Turquía.
El término “Han” en turco suele referirse a una antigua posada o edificio histórico que servía como alojamiento para comerciantes y viajeros, especialmente en las rutas como la de la seda.




Este tramo del viaje —rumbo a Éfeso— lo hicimos en bus. Así fuimos entrando a distintos lugares, muchos de ellos con una marcada intención de vender productos. Pero detrás de esa insistencia comercial, se revelaban capas más profundas: arquitectura valiosa, gestos que evocaban antiguos intercambios, patios que aún guardaban ecos de caravanas.
Desde tiempos antiguos, Anatolia (la actual Turquía) fue un corredor vital entre Oriente y Occidente. Caravanas cargadas de seda, especias, piedras preciosas y manuscritos atravesaban sus mesetas, deteniéndose en hans como este: refugios para comerciantes, animales y mercancías.
Arquitectónicamente, estos edificios eran verdaderas fortalezas. Con patios centrales, galerías, almacenes y a veces mezquitas o baños, ofrecían seguridad y descanso. Hoy, algunos sobreviven como testigos silenciosos, otros como espacios reconfigurados para el turismo, pero todos conservan algo de ese pulso antiguo.


Donde florece la piedra.


Una amapola roja, vibrante, brotando entre piedras antiguas, junto a una higuera que parece custodiar la escena. Naturaleza y ruina, vida y memoria.

Pamukkale: el castillo de algodón

Después de la flor entre piedras, llegamos al castillo de algodón. Allí, la tierra se derrama en blanco, como si el tiempo hubiera decidido descansar.


Pamukkale: donde la piedra se vuelve nube

Pamukkale, en la provincia de Denizli, es una maravilla natural que parece brotar del sueño de la tierra. Su nombre, “castillo de algodón”, no exagera: las terrazas blancas de travertino, formadas por aguas termales ricas en calcio y bicarbonato, se derraman como nieve detenida en el tiempo.

Declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1988, Pamukkale es más que paisaje: es rito. Visitantes de todo el mundo se sumergen en sus aguas tibias, buscando alivio, belleza o simplemente el asombro de caminar sobre piedra blanca que parece nube.

Yo no pude resistirme. Aunque la ropa no era la adecuada, me descalcé. Dejé que el agua recorriera mis pies. Fue un gesto mínimo, pero profundo. Como si el cuerpo recordara algo que la mente aún no había nombrado.





   Los gatos en Turquía no solo abundan: son respetados, cuidados y casi venerados. En ciudades como Estambul, hay miles de gatos callejeros que viven libres, alimentados por vecinos y turistas, con refugios construidos especialmente para ellos. Esta devoción tiene raíces culturales y religiosas:


 


Hierápolis y Pamukkale son parte del mismo sitio arqueológico y natural. Están superpuestos en el mismo lugar, en la provincia de Denizli:

Pamukkale es la formación natural: las terrazas blancas de travertino creadas por las aguas termales.
Cuando caminás por Pamukkale, estás literalmente pisando el corazón de Hierápolis. El anfiteatro, por ejemplo, pertenece a esa ciudad antigua. Es como si la piedra y el agua se abrazaran en una misma estación.


Éfeso se encuentra más al oeste, cerca de la ciudad de Selçuk, en la provincia de Izmir. Allí, la piedra ya no se abraza con el agua, sino con el mito. Es otra estación, otro latido.



Entre piedras que recuerdan tantos hechos, árboles que esperan otros visitantes, y un camino de madera que quiere decirnos a dónde vamos.


Centauros en movimiento, figuras humanas en tensión, relieves que parecen contar una batalla que no termina. Es como si la piedra estuviera aún caliente de historia. Algún mito deberá sustentar estos grabados sobre mármol.  No sabemos qué mito sostiene esta escena, pero la piedra lo guarda. Tal vez tan solo quiere que la miremos.



Aquí no hay centauros ni batallas. Hay patrones que repiten, muros que se abren, y una colina que observa.
El mármol no grita, susurra. Tal vez esta fue una casa, un baño, un lugar de encuentro.
Tal vez el arte estaba en el suelo porque la belleza debía pisarse con respeto.




No camina, no vuela. Niké se posa.
Tallada en mármol, con alas que aún recuerdan el movimiento, esta figura guarda la promesa de la victoria, no como conquista, sino como presencia.
En Éfeso, entre ruinas que susurran mitos, Niké aparece como suspendida: un instante donde el viaje se afirma.


Estambul, 1 de mayo: la ciudad que no se deja entrar

Regresamos a Estambul desde el aeropuerto. El trayecto fue largo, más de lo previsto. El aeropuerto está lejos del centro, y ese día —1 de mayo— la ciudad estaba convulsionada.
No podíamos ingresar al centro. Vallas, policía, órdenes absurdas. El guía no podía acompañarnos: los ciudadanos turcos tenían prohibido acercarse. El micro nos dejó —casi diría nos soltó— donde pudo. Bajamos con las valijas, a unas cuantas cuadras del hotel. Calle empedrada, en subida. El grupo era grande, y no todos podían trepar con facilidad.
Pero ahí, entre el desconcierto y la piedra, apareció algo más fuerte: la solidaridad. Manos que ayudaban, hombros que esperaban, miradas que entendían. La policía, en cambio, parecía impermeable: ni la edad, ni el cansancio, ni el turismo parecían importar.
Al fin llegamos.
Y esa llegada, tan distinta a la primera, fue también una forma de entender la ciudad: Estambul no se entrega fácil. Hay que caminarla, treparla, resistirla. Y entonces, sí: se abre.

La Biblioteca de Celso

  Hacia la Biblioteca de Celso El sendero de mármol Luego de mucho andar, llegamos a un gran camino donde nuestros pies se posaban sobre m...