Entre la roca y la plegaria
Sin dejar Capadocia, con sus rocas habitadas, el camino se vuelve más íntimo, más vertical.
Ya en tránsito hacia la Casa de la Virgen María,me conmueve la fe de la gente,
la esperanza que se posa en cada oración.
También está el negocio que se cuela entre los rezos,como un murmullo ajeno al recogimiento.
Caminamos en silencio,recorriendo los distintos lugares que nos acercan, paso a paso, a la casa de la Virgen María.
La placa en varios idiomas, como si quisiera que todos
entendieran. Me dice que María es Madre del Señor. Me lo dice como quien afirma
que el camino tuvo sentido. Habla de concilios, de escrituras, de una ermita,
un santuario, una capilla.
Luego, la casa. La piedra irregular, las ventanas
enrejadas, el jardín que florece sin pedir permiso. Dicen que aquí vivió la
Madre. Dicen que no se puede fotografiar el interior. Y yo no lo hice. Porque
lo sagrado no se captura, se respira. Entré con los ojos abiertos, con el
cuerpo quieto, con la memoria dispuesta.
Cartel Errante
No recuerdo si el cartel estaba al entrar o al salir. Tal
vez eso lo vuelve más verdadero. Las escenas que mostraba—el lavado del niño,
la muerte de la madre, la cruz, el vacío, la ascensión—no parecían querer
ubicarse en un tiempo preciso. Eran tránsito. Pinturas que flotaban entre
idiomas, como si el arte sacro no tuviera puerta, solo memoria compartida. Me
habló, y eso bastó.



