Estambul
De Dubrovnik a Estambul: primeros pasos en una ciudad infinita
Turquía se extiende entre Europa oriental y Asia occidental, y en cada paso revela capas de historia: lo griego, lo persa, lo romano, lo bizantino y lo otomano.
Al llegar a Estambul, sentimos que el mundo entero camina por sus calles.
Nos sorprende la inmensidad de gente, la diversidad de rostros, idiomas, gestos.
A cada paso, algo distinto: un vendedor de castañas, una mezquita imponente, un café donde se lee la borra con movimientos rituales que no comprendemos, pero que nos fascinan.
El aroma de las castañas nos detenía, como un abrazo tibio en medio del bullicio.
Primeras impresiones
Recorrimos una mezquita en un momento de calma. Ingresamos descalzos, yo con la cabeza cubierta.
El silencio, la luz filtrada, la geometría del espacio nos envolvían.
Şadırvan: es un círculo de piedra, un tipo de fuente cuyo objetivo es proporcionar agua para beber o limpiar, el cuerpo se prepara, y el alma se aquieta.
El centro moderno
Estábamos muy bien ubicados, en el centro moderno de
Estambul. Un edificio nos servía de referencia para regresar al hotel.
La Plaza Taksim, centro neurálgico de la ciudad contemporánea, vibra con vida nocturna, comercios y movimiento constante.
Los tranvías rojos recorren Istiklal Caddesi. Cruzan la ciudad como un latido antiguo. En Estambul, hasta el transporte tiene alma.
El ritual de los dulces, entre guantes azules, ropa blanca impecable, fez rojo.
La Mezquita de Taksim (Taksim Camii), inaugurada en 2021, se
alza imponente a pocas cuadras de la plaza. Su construcción generó controversia
por estar en un espacio históricamente vinculado al republicanismo y al
laicismo.

Entre columnas y cúpulas, la ciudad se detiene.
Estambul no elige entre pasado y presente: los entrelaza.
Caminata guiada
El guía tenía un manejo limitado del castellano y caminaba rápido, sin permitirnos disfrutar ni profundizar. Veníamos de una experiencia excelente en Dubrovnik, y la comparación fue inevitable.
Finalizamos en el Gran Bazar, que recorrimos a nuestro ritmo.
Estambul se nos mostró como una ciudad cosmopolita, diversa, mágica.
Escuchamos todos los idiomas, vimos vestimentas variadas, rostros múltiples.
Cada rincón estaba lleno de vida.
Entre historia y cotidianeidad
Antes de llegar, nos preocupaban los recientes terremotos. Al preguntar, nos respondieron con naturalidad: Estambul está cerca de fallas geológicas y es vulnerable, pero la vida sigue.
Caminando, nos encontramos con gatos por todas partes. Estambul es considerada una ciudad amiga de los gatos; forman parte del paisaje urbano.
Situada en el estrecho del Bósforo, la ciudad fue Bizancio, luego Constantinopla, y finalmente Estambul. Capital de tres imperios —romano, bizantino y otomano—, su legado arquitectónico y cultural es impresionante.
Monumentos que hablan
El Hipódromo de Constantinopla, construido en el siglo III, era un espacio social para carreras de carros. Allí se encuentran:
El Obelisco de Teodosio: tallado en Egipto en 1479 a.C., trasladado con una obra de ingeniería notable. De granito rosa, con relieves en su base, su estado de conservación es admirable.
La Columna
de las Serpientes: de bronce, con tres serpientes entrelazadas. Las cabezas
fueron desprendidas, y hay muchas versiones sobre cómo ocurrió, todas dudosas.
Bazar y especias
El Gran Bazar, con sus 22 puertas, es un universo de sedas, alfombras, cerámicas, joyas.
Regatear es parte del ritual.
Del Gran Bazar pasamos al Bazar de las Especias, donde los aromas invaden los sentidos: azafrán, té de granada, frutos secos, dulces.
Para quienes amamos cocinar, este lugar es una perdición.

Santa Sofía, originalmente catedral del siglo VI, fue transformada en mezquita por los otomanos.
La Mezquita Azul, construida entre 1609 y 1616 por el sultán Ahmed, buscaba rivalizar con la grandiosidad de Santa Sofía.

Alli, un pajaro que vuela como si llevara un pensamiento.
Visitamos el Palacio Topkapi, pero la multitud nos envolvió.
El Bósforo
Geográficamente, el Bósforo es la frontera natural entre Europa y Asia, un hilo de agua que conecta el Mar Negro con el Mar de Mármara.
Pero navegarlo es mucho más que cruzar continentes: es acercarse, casi rozar, esa Estambul inmensa.
Desde el ferry, la ciudad se revela desde adentro, se la surca.
Las imágenes se acopian como memorias: puentes suspendidos, palacios que parecen flotar, mezquitas que se alzan como plegarias, torres, fortalezas otomanas, y las mansiones turcas, algunas inmortalizadas por las novelas que nos acompañaron.
La vista de los barrios, tanto del lado europeo como del asiático, forma parte esencial del recorrido.
En el lado europeo, Estambul se muestra monumental, histórica, turística.
En cambio, el lado asiático —menos transitado por viajeros— guarda barrios hermosos, más cotidianos, donde los relatos dicen que todo es más económico.
(Nosotros no conocimos ese Estambul asiático: quedó como promesa.)
Salimos del puerto en un ferry, guiados por una voz que nos iba relatando la historia del estrecho, señalando los puentes que lo atraviesan, hilando nombres, fechas, leyendas.
El agua, mientras tanto, nos llevaba como si supiera el camino.
Percibimos que, más que un estrecho, es un puente entre culturas, donde lo natural se entrelaza con la importancia económica y estratégica.
Cautiva, maravilla.
Creo que, en una visita a Estambul, navegar el Bósforo es imprescindible.
Algunas imagenes que nos fue ofreciendo el recorrido.

El agua vibra. Los barcos la surcan como signos en movimiento. La bandera turca ondea: afirmación de lugar, de memoria. La ciudad se asoma entre espuma y colinas, como un recuerdo que emerge.
Frente al agua, la bandera turca ondea sobre la fachada blanca.
Al otro día dejamos Estambul, como quien deja un palacio abierto al viento.
Las ciudades nos esperan, cada una con su piedra y su pausa.
Capadocia no es el final.
Pero ya empieza a latir en nosotros.
Se inauguró en 2018 y está ubicado en la parte europea de la ciudad, conectando Europa, Asia y África.
Es inmenso. Nosotros volaríamos hacia Roma con su línea Turkish Airlines.
Es impresionante mirar hacia arriba: un techo ondulado y radial evoca una flor abierta.
Modernidad, eficiencia, estética.
Nos vamos.
Turquía fue tránsito, tierra, mirada, diversidad cultural.
Ahora, nos preparamos para otra geografía.



























