9.19.2025

Estambul. El Bósforo. Turquia.




 Estambul

                           


De Dubrovnik a Estambul: primeros pasos en una ciudad infinita

Turquía se extiende entre Europa oriental y Asia occidental, y en cada paso revela capas de historia: lo griego, lo persa, lo romano, lo bizantino y lo otomano. 

Al llegar a Estambul, sentimos que el mundo entero camina por sus calles. 

Nos sorprende la inmensidad de gente, la diversidad de rostros, idiomas, gestos. 

A cada paso, algo distinto: un vendedor de castañas, una mezquita imponente, un café donde se lee la borra con movimientos rituales que no comprendemos, pero que nos fascinan.

                            


El aroma de las castañas nos detenía, como un abrazo tibio en medio del bullicio.





Primeras impresiones

Recorrimos una mezquita en un momento de calma. Ingresamos descalzos, yo con la cabeza cubierta. 

El silencio, la luz filtrada, la geometría del espacio nos envolvían.




                             


El interior de la mezquita de Taksim, casi sin gente.
Sin pasos. Sin voces.
Sólo la arquitectura, mostrándose en su silencio.
La luz tenue, el mihrab encendido, los trazos caligráficos…
Todo invita al recogimiento.




En un bar, dentro de la propia mezquita, tomamos nuestro primer té.
En una mesa cercana, alguien leía la borra del café: el gesto de inclinar la tacita, la mirada atenta, las manos que hablan. 
No entendimos el idioma, pero sí la intensidad del momento.

Nos encontramos con esta construcción al salir de la mezquita.





Şadırvan: es un círculo de piedra, un tipo de fuente cuyo objetivo es proporcionar agua para beber o limpiar,  el cuerpo se prepara, y el alma se aquieta.

El centro moderno

Estábamos muy bien ubicados, en el centro moderno de Estambul. Un edificio nos servía de referencia para regresar al hotel.

                                      

Evocando el faro urbano del regreso

La Plaza Taksim, centro neurálgico de la ciudad contemporánea, vibra con vida nocturna, comercios y movimiento constante.



 Los tranvías rojos recorren Istiklal Caddesi. Cruzan la ciudad como un latido antiguo. En Estambul, hasta el transporte tiene alma.                                    


 Este es el bulevar peatonal más importante, lleno de negocios y dulces tentadores. Probamos el baklava: masa, queso, frutas, frutos secos, pistacho. Todo nos invitaba a disfrutar sin apuro, a nuestro ritmo.
                   

El ritual de los dulces, entre guantes azules, ropa blanca impecable, fez rojo.

La Mezquita de Taksim (Taksim Camii), inaugurada en 2021, se alza imponente a pocas cuadras de la plaza. Su construcción generó controversia por estar en un espacio históricamente vinculado al republicanismo y al laicismo.

                           

 

La mezquita iluminada contra el cielo oscuro parece flotar entre lo terrenal y lo espiritual. 
Es como si la arquitectura se volviera luz.



Entre columnas y cúpulas, la ciudad se detiene.

 Estambul no elige entre pasado y presente: los entrelaza.

Caminata guiada

El 26 de abril hicimos nuestra primera caminata guiada.
El guía tenía un manejo limitado del castellano y caminaba rápido, sin permitirnos disfrutar ni profundizar. Veníamos de una experiencia excelente en Dubrovnik, y la comparación fue inevitable.
Finalizamos en el Gran Bazar, que recorrimos a nuestro ritmo.

Estambul se nos mostró como una ciudad cosmopolita, diversa, mágica. Escuchamos todos los idiomas, vimos vestimentas variadas, rostros múltiples. Cada rincón estaba lleno de vida.

                          


 Entre historia y cotidianeidad

Antes de llegar, nos preocupaban los recientes terremotos. Al preguntar, nos respondieron con naturalidad: Estambul está cerca de fallas geológicas y es vulnerable, pero la vida sigue.

Caminando, nos encontramos con gatos por todas partes. Estambul es considerada una ciudad amiga de los gatos; forman parte del paisaje urbano.

Situada en el estrecho del Bósforo, la ciudad fue Bizancio, luego Constantinopla, y finalmente Estambul. Capital de tres imperios —romano, bizantino y otomano—, su legado arquitectónico y cultural es impresionante.

Monumentos que hablan

El Hipódromo de Constantinopla, construido en el siglo III, era un espacio social para carreras de carros. Allí se encuentran:

El Obelisco de Teodosio: tallado en Egipto en 1479 a.C., trasladado con una obra de ingeniería notable. De granito rosa, con relieves en su base, su estado de conservación es admirable.

                           




 La Columna de las Serpientes: de bronce, con tres serpientes entrelazadas. Las cabezas fueron desprendidas, y hay muchas versiones sobre cómo ocurrió, todas dudosas.

                  


 Bazar y especias

El Gran Bazar, con sus 22 puertas, es un universo de sedas, alfombras, cerámicas, joyas. 

Regatear es parte del ritual.

                               

               

Del Gran Bazar pasamos al Bazar de las Especias, donde los aromas invaden los sentidos: azafrán, té de granada, frutos secos, dulces.

 Para quienes amamos cocinar, este lugar es una perdición.

                                 

Estos locales nos sumergen en una atmósfera muy especial.
Hilos de pimientos y frutos secos cuelgan como guirnaldas,
recordando aquellos momentos en que cocinar es una ceremonia.
Al ingresar, el aroma del bazar de las especias nos envolvió placenteramente.
Nada era estridente; todo armonizaba como una sinfonía de tierra y tiempo.





Era una tentación suave, casi sagrada. Montículos: verdes, rojos, ocres.
Cada uno guarda un mundo: Ottoman Spice, Fish Mix, Smoked.
Los nombres no informan: nos guiamos por aromas, colores, texturas.
Los vendedores son hábiles, casi coreográficos. Saben cómo ofrecer, cómo seducir.
Y uno, rendido, quisiera llevarse todo.Pero algo se detiene.
Como si el alma, entre especias, empezara a prepararse.
Para otra forma de recogimiento.
Como quien se prepara para entrar en una mezquita.

 Mezquitas emblemáticas

Santa Sofía, originalmente catedral del siglo VI, fue transformada en mezquita por los otomanos. 
Su arquitectura combina lo bizantino con lo islámico.
La Mezquita Azul, construida entre 1609 y 1616 por el sultán Ahmed, buscaba rivalizar con la grandiosidad de Santa Sofía.
Ambas se alzan como símbolos de la ciudad, distintas y complementarias.


Caminamos por la plaza, nos admiramos, miramos incrédulos. 
A un lado: Santa Sofia, que guarda ecos de plegarias antiguas; al otro lado, la Mezquita Azul.
Ambas se elevan como testigos de lo que cambia y permanece. 
Nosotros: ni turistas ni  creyentes, solo queremos entender cómo se habita un lugar en que se ha vivido tantas cosas.
     

                        

Alli, un pajaro que vuela como si llevara un pensamiento.

No sé si era mío, o de la ciudad.

Palacio Topkapi:  

Visitamos el Palacio Topkapi, pero la multitud nos envolvió.

El amontonamiento, los pasillos colmados, los tiempos apurados diluyeron la experiencia.

El Palacio Topkapi es una mezcla de
Mientras la multitud avanzaban, yo alcé la vista. 
Allí, suspendido entre oro y geometría, el silencio que no pude habitar.
Caminamos entre patios y salas que alguna vez albergaron sultanes,
sin poder detenernos, sin espacio para la contemplación.
Lo que debía ser un encuentro con la historia se volvió una travesía entre cuerpos.
No lo vivimos : lo atravesamos. Y entonces descendimos.

            

Tras el vértigo, una pausa.
La piedra envejecida, el hierro quieto,
y detrás, objetos que no se apuran.Miré sin avanzar. Por fin, miré


Cisterna Basílica

En el subsuelo de Estambul, el Palacio de las Aguas nos recibió con columnas que brotan de la penumbra.
El recorrido trazado nos guiaba entre reflejos, sombras y murmullos.
Cada paso era un descenso: hacia lo antiguo, hacia lo líquido, hacia el silencio.
Como si la ciudad, por un instante, respirara desde abajo.



             
La luz jugaba con el agua, y el silencio amplificaba cada paso. 
Algunas columnas, talladas con rostros o lágrimas, nos detuvieron.
No era solo arquitectura: era un espacio suspendido, donde el tiempo se filtra lento, como el agua entre las piedras.




El Bósforo



Geográficamente, el Bósforo es la frontera natural entre Europa y Asia, un hilo de agua que conecta el Mar Negro con el Mar de Mármara.
Pero navegarlo es mucho más que cruzar continentes: es acercarse, casi rozar, esa Estambul inmensa.
Desde el ferry, la ciudad se revela desde adentro, se la surca.
Las imágenes se acopian como memorias: puentes suspendidos, palacios que parecen flotar, mezquitas que se alzan como plegarias, torres, fortalezas otomanas, y las mansiones turcas, algunas inmortalizadas por las novelas que nos acompañaron.
La vista de los barrios, tanto del lado europeo como del asiático, forma parte esencial del recorrido.
En el lado europeo, Estambul se muestra monumental, histórica, turística.
En cambio, el lado asiático —menos transitado por viajeros— guarda barrios hermosos, más cotidianos, donde los relatos dicen que todo es más económico.
(Nosotros no conocimos ese Estambul asiático: quedó como promesa.)
Salimos del puerto en un ferry, guiados por una voz que nos iba relatando la historia del estrecho, señalando los puentes que lo atraviesan, hilando nombres, fechas, leyendas.
El agua, mientras tanto, nos llevaba como si supiera el camino.
Percibimos que, más que un estrecho, es un puente entre culturas, donde lo natural se entrelaza con la importancia económica y estratégica.
Cautiva, maravilla.
Creo que, en una visita a Estambul, navegar el Bósforo es imprescindible.

Algunas imagenes que nos fue ofreciendo el recorrido.


    

El agua vibra. Los barcos la surcan como signos en movimiento. La bandera turca ondea: afirmación de lugar, de memoria. La ciudad se asoma entre espuma y colinas, como un recuerdo que emerge.




El edificio blanco, solemne, reflejado en el agua calma.

                                   



El Palacio de Dolmabahçe, joya arquitectónica a orillas del Bósforo.
Su fachada neoclásica y barroca —ventanas arqueadas, ornamentos minuciosos— parece flotar frente al agua, como si el tiempo se detuviera allí.
Un símbolo de imperio que se aferra a la belleza mientras el mundo cambia a su alrededor.




Frente al agua, la bandera turca ondea sobre la fachada blanca.
Al otro día dejamos Estambul, como quien deja un palacio abierto al viento.
Las ciudades nos esperan, cada una con su piedra y su pausa.
Capadocia no es el final.
Pero ya empieza a latir en nosotros.

Nos vamos de Estambul, con nostalgia.
                         
                                   
El Aeropuerto de Estambul es uno de los más grandes, modernos y estratégicos del mundo.
Se inauguró en 2018 y está ubicado en la parte europea de la ciudad, conectando Europa, Asia y África.
Es inmenso. Nosotros volaríamos hacia Roma con su línea Turkish Airlines.
Es impresionante mirar hacia arriba: un techo ondulado y radial evoca una flor abierta.
Modernidad, eficiencia, estética.
Nos vamos.
Estambul nos recibió dos veces, como quien abre y cierra una puerta con afecto.
Estambul no es solo una ciudad.
Es ritual, historia, religión, magia, psicología.
Me mostró techos como flores, piedras que respiran, cúpulas que miran al cielo.
Me dejó preguntas, ecos, imágenes que vuelven.
Y aunque el viaje siga, ella no se va.

Turquía fue tránsito, tierra, mirada, diversidad cultural.

Ahora, nos preparamos para otra geografía.





































9.03.2025

Dubrovnik


 

Dubrovnik

Dubrovnik, fundada en el siglo VII bajo el nombre de Ragusa, es hoy Patrimonio de la Humanidad. Recorrerla es una experiencia fascinante: cada rincón parece contar una historia.


Llegamos a Dubrovnik con el sol cayendo sobre las murallas. 

El rumor del Adriático envolvía cada paso, y la ciudad parecía hablarme en susurros de piedra.




Los orígenes de Ragusa se remontan a tiempos de migraciones y refugios costeros. 

A lo largo de los siglos, la ciudad ha resistido el dominio de Venecia y otras potencias, conservando su identidad y autonomía.



En 1991, tras la declaración de independencia de Croacia, Dubrovnik sufrió uno de los episodios más oscuros de su historia. 

Las fuerzas serbias y montenegrinas atacaron duramente la ciudad, provocando un asedio de seis meses. Los bombardeos destruyeron edificios históricos y causaron la muerte de numerosos civiles. 

A pesar de ello, Dubrovnik renació con fuerza, restaurando su patrimonio y reafirmando su lugar como “la Perla del Adriático”.

 


Murallas de Dubrovnik

El casco antiguo, ubicado en el corazón de la ciudad, está rodeado por imponentes murallas medievales. 

Recorrerlas exige algo de esfuerzo físico: subir, bajar, trepar... pero la vista compensa cada paso. Desde lo alto, el mar Adriático se despliega en todo su esplendor, y la ciudad parece una maqueta viva de piedra, historia y luz.

Desde una abertura en la muralla, la ciudad se despliega como un secreto antiguo: tejados encendidos, calles que serpentean y el mar al fondo acariciado por el sol. 

Dentro del casco antiguo se encuentra el Museo de Historia Cultural, ubicado en el Palacio del Rector, una elegante construcción de estilo gótico. 

Allí se exhiben obras de arte, armas, documentos y fotografías que narran la evolución de la ciudad.

Este entorno también fue escenario de la serie Game of Thrones, lo que ha atraído a miles de visitantes en busca de los paisajes que dieron vida a Desembarco del Rey. 

La calle peatonal Stradun, arteria principal del casco antiguo, está flanqueada por tiendas de recuerdos, moda local, restaurantes de mariscos y cafés que invitan a detenerse y observar.

Plaza Luža

En el corazón del casco antiguo se abre la Plaza Luža, presidida por la icónica Torre del Reloj. Allí se encuentran el Palacio Sponza, con su elegante fachada renacentista, y la Columna de Rolando, símbolo de la libertad y la justicia medieval.

 

Catedral de Dubrovnik

Una joya arquitectónica que alberga obras de artistas croatas, italianos y flamencos. Su interior sorprende por la sobriedad y el detalle, y es uno de los espacios más serenos de la ciudad.


 

Fuente de Onofrio

Ubicada en la entrada del casco antiguo, esta fuente monumental da la bienvenida al visitante con su diseño circular y su historia ligada al sistema de acueductos medievales. 

Es punto de encuentro, descanso y fotografía.

Más allá de los monumentos

Dubrovnik también invita a disfrutar del verano en sus playas, que bordean el Adriático con aguas cristalinas y vistas inolvidables.

Una excursión imperdible es el paseo en barco hacia la isla de Lokrum, visible desde las murallas. 

En pocos minutos se llega a este refugio natural, ideal para caminar entre pinos, visitar el antiguo monasterio o simplemente contemplar el horizonte.

Gracias al fenómeno global de Game of Thrones, Dubrovnik ha recibido en los últimos años a miles de fans que buscan revivir escenas de la serie en sus escenarios originales. 

Pero más allá de la ficción, la ciudad sigue siendo un testimonio vivo de resistencia, belleza y memoria.

                                                     El abrazo del muro

Esta casa, perdida en una calle sin nombre, guarda historias, desde el suelo una raíz antigua, trepa el muro y extiende sus brazos hacia el balcón.

El puente se extiende como una línea de intención sobre el agua. 
No hay prisa, solo horizonte. 
Me dejo llevar por la idea de que todo viaje es también un puente entre lo que fuimos y lo que estamos por descubrir.

                                               

La ciudad se revela como un secreto bien guardado entre rocas y tejados.
Desde lo alto, el mar la rodea como si la protegiera, y las murallas, aún erguidas, parecen contener siglos de historias que no se han dicho del todo.



Donde la piedra recuerda y la vida insiste.

La fortaleza histórica se ve ante la fragilidad persistente de la naturaleza. 



Hotel, alejado del centro. Muy bueno, con bus cercano para trasladarse, sin probemas. 



 “Travesía entre ciudades, travesía interior”

“Zagreb me enseñó a escuchar el silencio de las plazas. 

Split, a leer el tiempo en las fachadas. 

Dubrovnik, a aceptar que el viaje más profundo no es el que se hace con los pies, sino con la memoria. 

Esta trilogía no es solo un recorrido por ciudades, sino por las formas en que me habito cuando viajo.”


A veces, los lugares más estrechos contienen las memorias más amplias. 
Este callejón, con sus escalones irregulares y sus muros de piedra gastados, me recuerda que el viaje no siempre se mide en horizontes abiertos, sino en ascensos silenciosos. 
Cada peldaño, marcado por el paso del tiempo, parece susurrar historias de quienes lo han recorrido antes—vecinos, viajeros, soñadores.

Croacia nos ofreció costas, plazas, y voces. 

Pero también nos regaló estos silencios de piedra, donde aprendí que el viaje más profundo es el que nos obliga a mirar hacia adentro mientras subimos.

PD:

“Dubrovnik nos enseñó a escuchar el silencio de la piedra. 

Estambul nos invitó a descifrar el rumor del mármol. Entre ambas ciudades, el viaje se volvió rito: dejamos atrás la contención del Adriático para abrazar la exuberancia del Bósforo. Y en ese cruce, algo en nosotros también se transformó.”

Antes de dejar Croacia atrás, vale la pena detenerse en lo que hizo que el viaje fuera tan fluido como memorable. 

Tuvimos la suerte de contar con una guía excepcional, cuya historia familiar—abuelos croatas—le daba al relato una calidez que no se aprende en los libros. Croacia nos recibió con seguridad y tranquilidad: incluso en las ciudades más turísticas, la sensación de cuidado era constante. 

Los hoteles en Split, Zagrev y Dubrovnik, fueron cómodos, bien ubicados y con ese toque de hospitalidad que hace que uno se sienta más viajero que turista. 

El micro que nos transportó por la costa dálmata fue cómodo, limpio y silencioso. El idioma… el croata, con sus siete casos gramaticales y sonidos imposibles como ‘č’ y ‘ž’, nos recordó que hay lenguas que se escuchan más con el corazón que con el oído. 

A veces bastaba una sonrisa, un gesto, o el esfuerzo de decir ‘hvala’ para que la conexión se hiciera real. Así, con la mochila llena de memorias y la certeza de que aún nos quedaban rincones por descubrir, emprendimos el cruce hacia Estambul.

Viajamos con la organización Oggiono, de desde La Plata  . Siempre una garantía.


8.27.2025

Split

Croacia Split. El palacio que se convirtió en ciudad

Split            
                    


El palacio que se convirtió en ciudad.

Situada en la costa oriental del mar Adriático, Split es la ciudad más grande y una de las más antiguas de la región croata de Dalmacia.(1) Caminar por Split es recorrer un palacio habitado, donde la historia late entre cafés y conversaciones al sol.

                               
La imagen muestra el Palacio Nakić (o Nakićeva palača) en Split.
  • Este edificio está ubicado en la plaza Narodni trg, también conocida como Pjaca, una de las plazas más importantes y antiguas de Split.
  • El Palacio Nakić es conocido por su distintiva arquitectura, con una fachada ornamentada y balcones de hierro forjado.
  • En la planta baja del edificio se pueden observar negocios, incluyendo una librería "znanje" y un cajero automático.
                  


El Palacio de Diocleciano, construido entre los siglos III y IV por encargo del emperador romano Diocleciano, es hoy Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO. 
De hecho, el centro de la ciudad gira en torno a las ruinas de este antiguo palacio, considerado uno de los mejor conservados del mundo.


Las puertas del tiempo.

Su diseño responde a una planta rectangular, con torres en cada esquina y cuatro puertas, cada una asociada a un metal:
•        Puerta de Oro (norte) 
•        Puerta de Plata (este)
•        Puerta de Hierro (oeste)
•        Puerta de Bronce o Aenea (sur)
La puerta Norte era por donde entraba el emperador y su familia.

 Gregorio de Nin y el deseo secreto.

Antes de cruzar la puerta, mirando hacia atras, se ve una gran estatua; una figura de bronce de más de 8 metros dedicada al obispo Gregorio de Nin, defensor de la lengua croata. 
Tocarle el dedo pulgar se considera un gesto de buena suerte.
                         


 
 El Peristilo: poder y espectáculo

El Peristilo era el espacio ceremonial donde el emperador, considerado hijo de Júpiter, se presentaba ante el pueblo, recibiendo saludos y reafirmando su poder. Hoy es un espacio público vibrante, donde se celebran eventos culturales y los visitantes disfrutan de su atmósfera majestuosa.
                         

            


          Estadio
                          

El estadio Poljud tiene capacidad par 35000, en él juega el Hajduk,, la selección de fútbol de Croacia se inauguró en 1979. Solo lo vimos desde afuera.

En el corazón de las ruinas


Las ruinas se extienden por toda la ciudad e incluyen más de 200 edificios, aunque en su época fueron miles.
Dentro de los muros de piedra blanca y bajo sus patios se encuentran una catedral, tiendas, cafés, bares, hoteles y viviendas, integrando lo antiguo con lo cotidiano. 

Sótanos, basura y redención.

El sótano del palacio fue construido para sostener el piso superior, y originalmente se usaba como espacio de almacenamiento. 
Muestra una arquitectura romana y ha sido escenario de series como Juego de Tronos. 
Con el tiempo, cuando el nivel superior se convirtió en un barrio habitado, los residentes arrojaban sus residuos al sótano. 
En los años 50 comenzaron las excavaciones, se limpió todo y desde entonces el turismo se convirtió en una de las actividades más redituables de la ciudad. 

Aquí comienza el descenso hacia la memoria:

Un cielo de piedra nos cubre.
 Cada muro guarda un fragmento del viaje











El cielo azul filtrado por el óculo, la piedra abierta hacia la luz.         
                                                       Aquí la piedra se abre para dejar pasar la luz.








                                               

Del subsuelo al cielo, seguimos caminando.










                                                                                                             
La costa que abraza la ciudad.

La costa de Split es amplia y agradable, bordeada de palmeras y bancos que miran al mar. Al recorrerla, siempre se encuentra algún rincón para tomar o comer algo. Su cocina es netamente mediterránea: pescados frescos, aceite de oliva, hierbas aromáticas. Los precios suelen ser elevados, pero el entorno lo compensa con creces.




Puerto de partida, corazón de tránsito.

Split es también conocida por su puerto, desde donde parten numerosos cruceros durante la temporada alta. Además, es un excelente punto de partida para explorar la Costa Dálmata, con sus islas y pueblos costeros.

San Duje y la solemnidad romana.

La Catedral de San Duje y la Plaza Peristil refuerzan el encanto romano del centro histórico, sumando belleza y solemnidad al conjunto arquitectónico.
                                    


Noche en Split Buscando un lugar para cenar. 
Callecita céntrica con restaurantes.









Un desvío hacia la maravilla: Plitvice.

Por último, aunque no está en Split, el Parque Nacional de los Lagos de Plitvice merece una mención especial. Esta reserva forestal de 295 km², ubicada en el centro de Croacia, deslumbra por el color turquesa de sus aguas. Los 16 lagos están conectados por cascadas, y se pueden recorrer a pie por senderos que los rodean o atraviesan, e incluso en un bote eléctrico que permite apreciar el paisaje desde el agua.










        

1.Dalmacia es una región histórica y geográfica que se encuentra en la costa del mar Adriático que pertenece a Croacia


 

Indice

 🌍 Índice del viaje 1.   Eslovenia •       Liubliana   • El Lago Bled refleja silencios • Las cuevas de Postjna guardan la voz de la ...