10.25.2025

La Biblioteca de Celso



 Hacia la Biblioteca de Celso

El sendero de mármol

Luego de mucho andar, llegamos a un gran camino, donde nuestros pies se posaban sobre mármoles antiguos. Un sendero sin demasiadas certezas, apenas intuiciones.


Gestos detenidos 

Las columnas caídas, los frisos desgastados, ya no nos dicen nada: solo signos, fragmentos....gestos detenidos.

                    

La arquitectura que vemos aquí —con sus columnas corintias, frisos esculpidos y la mezcla de piedra restaurada y original— está detenida en el tiempo.

No hay voz.

No hay inscripción que nos guíe.

Y entonces....el silencio.

                                




Preguntas al saber

Ese tránsito —hecho de piedra, de viento, de preguntas— nos llevó finalmente a la Biblioteca de Celso.

Y al verla, pensé en los sabios que la habitaron.

¿Qué habrían hecho ellos con este poder que hoy llevamos en la mano?

¿Qué habrían escrito, compartido, tejido, si el saber no se deslizara en rollos, sino en redes invisibles?


Estación secreta 

Dicen que había un túnel.
Que los sabios no solo leían, estudiaban, investigaban, sino que se deslizaban por pasadizos ocultos.
Hoy lo contamos con sorna: guías que repiten la historia, turistas que después de tanto andar, reciben alegremente estos "secretos".
Pero algo en ese relato —aunque improbable— nos sigue preguntando:
¿Dónde se guarda lo que no puede decirse?
¿Y quién decide qué saber merece el silencio?

        

Salida
Un camino claro, ancho, restaurado que se abría entre columnas y piedras.
 La Biblioteca no nos dejaba: nos había ofrecido una pausa, y ya había quedado en nosotros.
Pensamientos, ideas, reflexiones sobre esos sabios, sus saberes….
 En ese momento estaba emocionada. El lugar me había impactado.
Y entonces lo supe: no habíamos ido a buscar respuestas, sino a recordar que el saber también es emoción. Y que a veces, basta con estar ahí, para que algo en nosotros se escriba sin palabras.

                        

El camino de salida no era salida.
 Era continuación.


                             

   Después del mármol, el ruido.
   Después del silencio, la ciudad.

De Éfeso a Estambul                  

Un 1° de mayo, día cargado de significación histórica y política, regresábamos a Estambul  El guía, visiblemente preocupado, intercambiaba frases con el conductor  —hábil, responsable— mientras mantenía activo su celular. 

Las miradas entre ambos eran constantes. 

Finalmente, una información:

- “No podremos dejarlos en el hotel. Es una zona a la cual se nos impide ingresar.” -

La plaza Taksim es un lugar de enorme peso simbólico para los movimientos sociales. 

Allí se reúnen trabajadores y ciudadanos para protestar, manifestar, celebrar. Nuestro hotel estaba muy cerca de esa plaza.


                   
                     Plaza Taskin.

El bus se detuvo en una avenida. Bajamos las valijas y comenzamos a trepar por calles empinadas, de piedra. 

El guía, por ser ciudadano turco, no podía ingresar a la zona vallada. 

Policías inmensos bloqueaban el paso. 

No importaba que fuésemos turistas: pedían reservas, comprobantes de estadía, documentos. 

Alguien del grupo logró entregar lo que solicitaban. Pudimos ingresar. 

No era cerca. Muchos no podían con sus valijas. 

Seguimos trepando, con cansancio, con algo de temor. Ignorábamos realmente lo que estaba ocurriendo.
Allí surgió la solidaridad.
Finalmente, arribamos al hotel desde donde habíamos partido días atrás.

Estambul, entre la plegaria y la barricada


La ciudad que habíamos dejado era otra. Al volver, nos recibió vallada, vigilada, tensa.
                     

La mezquita brillaba como siempre, 
pero frente a ella, el cartel decía: POLİS.
No era la Estambul del tránsito, del caminar, del turismo, de la sonrisa del vendedor.
Era otra: 
una Estambul más oscura, más rígida.
                            

Qué rápido fue su sanación.

Al día siguiente, todo volvía a fluir: el tranvía, las voces. 
La ciudad se había sanado —o al menos, eso parecía.
Nosotros ya nos despedíamos.
Turquía nos había brindado todo con su inmensidad.
Habíamos andado mucho, y nos faltaban tantísimos lugares por conocer.
Lo haremos a través de los recuerdos, lo hilaremos con otras voces, con imágenes.
El aeropuerto nos espera, para llevarnos a Roma.
Y desde allí, a la Puglia.


Desde Estambul volamos a Fiumicino, y de allí a Brindisi.

Otra historia nos espera, 
pero esta se despide con emoción.
Quedan atrás las imágenes que nos atravesaron con fuerza: 
influencias bizantinas, otomanas, islámicas, reflejadas en cada mezquita que descubrimos como quien descifra un secreto. 
Ciudades que parecen dibujadas en tres dimensiones. 
Nuevo, distinto, admirable.
El silencio en las mezquitas. 
El silencio en los caminos de mármol, donde el saber parece habitar las piedras.
Y el bullicio, también, en las calles de Estambul, como un contrapunto necesario.
Nos vamos. 
Un aeropuerto moderno nos espera. 
Pero lo que nos llevamos no cabe en valijas: emoción en cada recuerdo, alegría inmensa de habernos acercado a pedacitos de Turquía.
La imagen que acompaña este cierre no me pertenece, pero me impactó profundamente.
Dice algo que no sé si podría decir con palabras: 
la mezquita vista desde arriba, el mármol, los árboles dorados, el mar en la distancia.
Es una creación generada por inteligencia artificial, y sin embargo, algo en ella me habló.
La comparto como estación visual, como epígrafe silencioso de esta despedida que también es tránsito.












































































































10.21.2025

Camino a Efeso. Pamukale




 Camino  a Efeso



 Öresin Han

Los carteles ayudan a recordar lugares, rutas, gestos. 
Este, en particular, nos detuvo frente a Öresin Han, clasificado como “Özel Tesis” (instalación privada) y supervisado oficialmente por el Ministerio de Cultura y Turismo de Turquía.
El término “Han”, en turco, suele referirse a una antigua posada o edificio histórico que servía como alojamiento para comerciantes y viajeros, especialmente en las rutas como la de la seda.




Este tramo del viaje —rumbo a Éfeso— lo hicimos en bus. 
Así fuimos entrando a distintos lugares, muchos de ellos con una marcada intención de vender productos. 
Pero detrás de esa insistencia comercial, se revelaban capas más profundas: arquitectura valiosa, gestos que evocaban antiguos intercambios, patios que aún guardaban ecos de caravanas.
Desde tiempos antiguos, Anatolia (la actual Turquía) fue un corredor vital entre Oriente y Occidente. 
Caravanas cargadas de seda, especias, piedras preciosas y manuscritos atravesaban sus mesetas, deteniéndose en hans como este: refugios para comerciantes, animales y mercancías.
Arquitectónicamente, estos edificios eran verdaderas fortalezas. Con patios centrales, galerías, almacenes y a veces mezquitas o baños, ofrecían seguridad y descanso. 
Hoy, algunos sobreviven como testigos silenciosos, otros como espacios reconfigurados para el turismo, pero todos conservan algo de ese pulso antiguo.


Donde florece la piedra.

Los muros respiran historias que aún no se han dormido.


Una amapola roja, vibrante, brotando entre piedras antiguas, junto a una higuera que parece custodiar la escena. Naturaleza y ruina, vida y memoria.

Pamukkale: el castillo de algodón

Después de la flor entre piedras, llegamos al castillo de algodón. 

Allí, la tierra se derrama en blanco, como si el tiempo hubiera decidido descansar.


Pamukkale: donde la piedra se vuelve nube

Pamukkale, en la provincia de Denizli, es una maravilla natural que parece brotar del sueño de la tierra. 

Su nombre, “castillo de algodón”, no exagera: las terrazas blancas de travertino, formadas por aguas termales ricas en calcio y bicarbonato, se derraman como nieve detenida en el tiempo.

Declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1988, Pamukkale es más que paisaje: es rito. 

Visitantes de todo el mundo se sumergen en sus aguas tibias, buscando alivio, belleza, o simplemente el asombro de caminar sobre piedra blanca que parece nube.

Yo no pude resistirme. Aunque la ropa no era la adecuada, me descalcé. Dejé que el agua recorriera mis pies. Fue un gesto mínimo, pero profundo. 

Como si el cuerpo recordara algo que la mente aún no había nombrado.



Los gatos en Turquía no solo abundan:



Son respetados, cuidados y casi venerados. 
En ciudades como Estambul, hay miles de gatos callejeros que viven libres, alimentados por vecinos y turistas, con refugios construidos especialmente para ellos. Esta devoción tiene raíces culturales y religiosas.

Hierápolis y Pamukkale son parte del mismo sitio arqueológico y natural.

 


Están superpuestos en el mismo lugar, en la provincia de Denizli:

Pamukkale es la formación natural: las terrazas blancas de travertino creadas por las aguas termales.
Cuando caminás por Pamukkale, estás literalmente pisando el corazón de Hierápolis. 
El anfiteatro, por ejemplo, pertenece a esa ciudad antigua. Es como si la piedra y el agua se abrazaran en una misma estación.


Éfeso se encuentra más al oeste, cerca de la ciudad de Selçuk, en la provincia de Izmir. 
Allí, la piedra ya no se abraza con el agua, sino con el mito. 
Es otra estación, otro latido.



Entre piedras que recuerdan tantos hechos, 
árboles que esperan otros visitantes, 
y un camino de madera que quiere decirnos a dónde vamos.

Arriba, en piedra, en Centauros.



Centauros en movimiento, figuras humanas en tensión, relieves que parecen contar una batalla que no termina. 
Es como si la piedra estuviera aún caliente de historia. Algún mito deberá sustentar estos grabados sobre mármol.  
No sabemos qué mito sostiene esta escena, pero la piedra lo guarda. Tal vez tan solo quiere que la miremos.



Aquí no hay centauros ni batallas. Hay patrones que repiten, muros que se abren, y una colina que observa.
El mármol no grita, susurra. 
Tal vez esta fue una casa, un baño, un lugar de encuentro.
Tal vez el arte estaba en el suelo porque la belleza debía pisarse con respeto.

No camina, no vuelaNiké se posa.



Tallada en mármol, con alas que aún recuerdan el movimiento, esta figura guarda la promesa de la victoria, no como conquista, sino como presencia.
En Éfeso, entre ruinas que susurran mitos, Niké aparece como suspendida: un instante donde el viaje se afirma.
Niké está allí.
Camino, miro hacia atrás.
Le damos la espalda.
La extrañaré. La recordaré.
Quizás ella percibió esa gran admiración.
No es solo piedra, es presencia.


Estambul, 1 de mayo: la ciudad que no se deja entrar

Regresamos a Estambul desde el aeropuerto. El trayecto fue largo, más de lo previsto. El aeropuerto está lejos del centro, y ese día —1 de mayo— la ciudad estaba convulsionada.
No podíamos ingresar al centro. Vallas, policía, órdenes absurdas. El guía no podía acompañarnos: los ciudadanos turcos tenían prohibido acercarse. El micro nos dejó —casi diría nos soltó— donde pudo. Bajamos con las valijas, a unas cuantas cuadras del hotel. Calle empedrada, en subida. El grupo era grande, y no todos podían trepar con facilidad.
Pero ahí, entre el desconcierto y la piedra, apareció algo más fuerte: la solidaridad. Manos que ayudaban, hombros que esperaban, miradas que entendían. La policía, en cambio, parecía impermeable: ni la edad, ni el cansancio, ni el turismo parecían importar.
Al fin llegamos.
Y esa llegada, tan distinta a la primera, fue también una forma de entender la ciudad: Estambul no se entrega fácil. Hay que caminarla, treparla, resistirla. Y entonces, sí: se abre.

10.16.2025

La casa de la Virgen Maria. Turquia.


Entre la roca y la plegaria

La casa de la Virgen Maria
 


Sin dejar Capadocia, con sus rocas habitadas, el camino se vuelve más íntimo, más vertical.
Ya en tránsito hacia la Casa de la Virgen María,me conmueve la fe de la gente,
la esperanza que se posa en cada oración.
También está el negocio que se cuela entre los rezos,como un murmullo ajeno al recogimiento.
Caminamos en silencio,recorriendo los distintos lugares que nos acercan, paso a paso, a la casa de la Virgen María.


La placa en varios idiomas, como si quisiera que todos entendieran. 

Me dice que María es Madre del Señor. 

Me lo dice como quien afirma que el camino tuvo sentido. 

Habla de concilios, de escrituras, de una ermita, un santuario, una capilla. 



Luego, la casa. 
La piedra irregular, las ventanas enrejadas, el jardín que florece sin pedir permiso. Dicen que aquí vivió la Madre. 
Dicen que no se puede fotografiar el interior. 
Y yo no lo hice. Porque lo sagrado no se captura, se respira. 
Entré con los ojos abiertos, con el cuerpo quieto, con la memoria dispuesta.

Cartel Errante


 No recuerdo si el cartel estaba al entrar o al salir. 
Tal vez eso lo vuelve más verdadero. 
Las escenas que mostraba—el lavado del niño, la muerte de la madre, la cruz, el vacío, la ascensión—no parecían querer ubicarse en un tiempo preciso. 
Eran tránsito. 
Pinturas que flotaban entre idiomas, como si el arte sacro no tuviera puerta, solo memoria compartida. 
Me habló, y eso bastó.




9.19.2025

Estambul. El Bósforo. Turquia.




 Estambul

                           


De Dubrovnik a Estambul: primeros pasos en una ciudad infinita

Turquía se extiende entre Europa oriental y Asia occidental, y en cada paso revela capas de historia: lo griego, lo persa, lo romano, lo bizantino y lo otomano. 

Al llegar a Estambul, sentimos que el mundo entero camina por sus calles. 

Nos sorprende la inmensidad de gente, la diversidad de rostros, idiomas, gestos. 

A cada paso, algo distinto: un vendedor de castañas, una mezquita imponente, un café donde se lee la borra con movimientos rituales que no comprendemos, pero que nos fascinan.

                            


El aroma de las castañas nos detenía, como un abrazo tibio en medio del bullicio.





Primeras impresiones

Recorrimos una mezquita en un momento de calma. Ingresamos descalzos, yo con la cabeza cubierta. 

El silencio, la luz filtrada, la geometría del espacio nos envolvían.




                             


El interior de la mezquita de Taksim, casi sin gente.
Sin pasos. Sin voces.
Sólo la arquitectura, mostrándose en su silencio.
La luz tenue, el mihrab encendido, los trazos caligráficos…
Todo invita al recogimiento.




En un bar, dentro de la propia mezquita, tomamos nuestro primer té.
En una mesa cercana, alguien leía la borra del café: el gesto de inclinar la tacita, la mirada atenta, las manos que hablan. 
No entendimos el idioma, pero sí la intensidad del momento.

Nos encontramos con esta construcción al salir de la mezquita.





Şadırvan: es un círculo de piedra, un tipo de fuente cuyo objetivo es proporcionar agua para beber o limpiar,  el cuerpo se prepara, y el alma se aquieta.

El centro moderno

Estábamos muy bien ubicados, en el centro moderno de Estambul. Un edificio nos servía de referencia para regresar al hotel.

                                      

Evocando el faro urbano del regreso

La Plaza Taksim, centro neurálgico de la ciudad contemporánea, vibra con vida nocturna, comercios y movimiento constante.



 Los tranvías rojos recorren Istiklal Caddesi. Cruzan la ciudad como un latido antiguo. En Estambul, hasta el transporte tiene alma.                                    


 Este es el bulevar peatonal más importante, lleno de negocios y dulces tentadores. Probamos el baklava: masa, queso, frutas, frutos secos, pistacho. Todo nos invitaba a disfrutar sin apuro, a nuestro ritmo.
                   

El ritual de los dulces, entre guantes azules, ropa blanca impecable, fez rojo.

La Mezquita de Taksim (Taksim Camii), inaugurada en 2021, se alza imponente a pocas cuadras de la plaza. Su construcción generó controversia por estar en un espacio históricamente vinculado al republicanismo y al laicismo.

                           

 

La mezquita iluminada contra el cielo oscuro parece flotar entre lo terrenal y lo espiritual. 
Es como si la arquitectura se volviera luz.



Entre columnas y cúpulas, la ciudad se detiene.

 Estambul no elige entre pasado y presente: los entrelaza.

Caminata guiada

El 26 de abril hicimos nuestra primera caminata guiada.
El guía tenía un manejo limitado del castellano y caminaba rápido, sin permitirnos disfrutar ni profundizar. Veníamos de una experiencia excelente en Dubrovnik, y la comparación fue inevitable.
Finalizamos en el Gran Bazar, que recorrimos a nuestro ritmo.

Estambul se nos mostró como una ciudad cosmopolita, diversa, mágica. Escuchamos todos los idiomas, vimos vestimentas variadas, rostros múltiples. Cada rincón estaba lleno de vida.

                          


 Entre historia y cotidianeidad

Antes de llegar, nos preocupaban los recientes terremotos. Al preguntar, nos respondieron con naturalidad: Estambul está cerca de fallas geológicas y es vulnerable, pero la vida sigue.

Caminando, nos encontramos con gatos por todas partes. Estambul es considerada una ciudad amiga de los gatos; forman parte del paisaje urbano.

Situada en el estrecho del Bósforo, la ciudad fue Bizancio, luego Constantinopla, y finalmente Estambul. Capital de tres imperios —romano, bizantino y otomano—, su legado arquitectónico y cultural es impresionante.

Monumentos que hablan

El Hipódromo de Constantinopla, construido en el siglo III, era un espacio social para carreras de carros. Allí se encuentran:

El Obelisco de Teodosio: tallado en Egipto en 1479 a.C., trasladado con una obra de ingeniería notable. De granito rosa, con relieves en su base, su estado de conservación es admirable.

                           




 La Columna de las Serpientes: de bronce, con tres serpientes entrelazadas. Las cabezas fueron desprendidas, y hay muchas versiones sobre cómo ocurrió, todas dudosas.

                  


 Bazar y especias

El Gran Bazar, con sus 22 puertas, es un universo de sedas, alfombras, cerámicas, joyas. 

Regatear es parte del ritual.

                               

               

Del Gran Bazar pasamos al Bazar de las Especias, donde los aromas invaden los sentidos: azafrán, té de granada, frutos secos, dulces.

 Para quienes amamos cocinar, este lugar es una perdición.

                                 

Estos locales nos sumergen en una atmósfera muy especial.
Hilos de pimientos y frutos secos cuelgan como guirnaldas,
recordando aquellos momentos en que cocinar es una ceremonia.
Al ingresar, el aroma del bazar de las especias nos envolvió placenteramente.
Nada era estridente; todo armonizaba como una sinfonía de tierra y tiempo.





Era una tentación suave, casi sagrada. Montículos: verdes, rojos, ocres.
Cada uno guarda un mundo: Ottoman Spice, Fish Mix, Smoked.
Los nombres no informan: nos guiamos por aromas, colores, texturas.
Los vendedores son hábiles, casi coreográficos. Saben cómo ofrecer, cómo seducir.
Y uno, rendido, quisiera llevarse todo.Pero algo se detiene.
Como si el alma, entre especias, empezara a prepararse.
Para otra forma de recogimiento.
Como quien se prepara para entrar en una mezquita.

 Mezquitas emblemáticas

Santa Sofía, originalmente catedral del siglo VI, fue transformada en mezquita por los otomanos. 
Su arquitectura combina lo bizantino con lo islámico.
La Mezquita Azul, construida entre 1609 y 1616 por el sultán Ahmed, buscaba rivalizar con la grandiosidad de Santa Sofía.
Ambas se alzan como símbolos de la ciudad, distintas y complementarias.


Caminamos por la plaza, nos admiramos, miramos incrédulos. 
A un lado: Santa Sofia, que guarda ecos de plegarias antiguas; al otro lado, la Mezquita Azul.
Ambas se elevan como testigos de lo que cambia y permanece. 
Nosotros: ni turistas ni  creyentes, solo queremos entender cómo se habita un lugar en que se ha vivido tantas cosas.
     

                        

Alli, un pajaro que vuela como si llevara un pensamiento.

No sé si era mío, o de la ciudad.

Palacio Topkapi:  

Visitamos el Palacio Topkapi, pero la multitud nos envolvió.

El amontonamiento, los pasillos colmados, los tiempos apurados diluyeron la experiencia.

El Palacio Topkapi es una mezcla de
Mientras la multitud avanzaban, yo alcé la vista. 
Allí, suspendido entre oro y geometría, el silencio que no pude habitar.
Caminamos entre patios y salas que alguna vez albergaron sultanes,
sin poder detenernos, sin espacio para la contemplación.
Lo que debía ser un encuentro con la historia se volvió una travesía entre cuerpos.
No lo vivimos : lo atravesamos. Y entonces descendimos.

            

Tras el vértigo, una pausa.
La piedra envejecida, el hierro quieto,
y detrás, objetos que no se apuran.Miré sin avanzar. Por fin, miré


Cisterna Basílica

En el subsuelo de Estambul, el Palacio de las Aguas nos recibió con columnas que brotan de la penumbra.
El recorrido trazado nos guiaba entre reflejos, sombras y murmullos.
Cada paso era un descenso: hacia lo antiguo, hacia lo líquido, hacia el silencio.
Como si la ciudad, por un instante, respirara desde abajo.



             
La luz jugaba con el agua, y el silencio amplificaba cada paso. 
Algunas columnas, talladas con rostros o lágrimas, nos detuvieron.
No era solo arquitectura: era un espacio suspendido, donde el tiempo se filtra lento, como el agua entre las piedras.




El Bósforo



Geográficamente, el Bósforo es la frontera natural entre Europa y Asia, un hilo de agua que conecta el Mar Negro con el Mar de Mármara.
Pero navegarlo es mucho más que cruzar continentes: es acercarse, casi rozar, esa Estambul inmensa.
Desde el ferry, la ciudad se revela desde adentro, se la surca.
Las imágenes se acopian como memorias: puentes suspendidos, palacios que parecen flotar, mezquitas que se alzan como plegarias, torres, fortalezas otomanas, y las mansiones turcas, algunas inmortalizadas por las novelas que nos acompañaron.
La vista de los barrios, tanto del lado europeo como del asiático, forma parte esencial del recorrido.
En el lado europeo, Estambul se muestra monumental, histórica, turística.
En cambio, el lado asiático —menos transitado por viajeros— guarda barrios hermosos, más cotidianos, donde los relatos dicen que todo es más económico.
(Nosotros no conocimos ese Estambul asiático: quedó como promesa.)
Salimos del puerto en un ferry, guiados por una voz que nos iba relatando la historia del estrecho, señalando los puentes que lo atraviesan, hilando nombres, fechas, leyendas.
El agua, mientras tanto, nos llevaba como si supiera el camino.
Percibimos que, más que un estrecho, es un puente entre culturas, donde lo natural se entrelaza con la importancia económica y estratégica.
Cautiva, maravilla.
Creo que, en una visita a Estambul, navegar el Bósforo es imprescindible.

Algunas imagenes que nos fue ofreciendo el recorrido.


    

El agua vibra. Los barcos la surcan como signos en movimiento. La bandera turca ondea: afirmación de lugar, de memoria. La ciudad se asoma entre espuma y colinas, como un recuerdo que emerge.




El edificio blanco, solemne, reflejado en el agua calma.

                                   



El Palacio de Dolmabahçe, joya arquitectónica a orillas del Bósforo.
Su fachada neoclásica y barroca —ventanas arqueadas, ornamentos minuciosos— parece flotar frente al agua, como si el tiempo se detuviera allí.
Un símbolo de imperio que se aferra a la belleza mientras el mundo cambia a su alrededor.




Frente al agua, la bandera turca ondea sobre la fachada blanca.
Al otro día dejamos Estambul, como quien deja un palacio abierto al viento.
Las ciudades nos esperan, cada una con su piedra y su pausa.
Capadocia no es el final.
Pero ya empieza a latir en nosotros.

Nos vamos de Estambul, con nostalgia.
                         
                                   
El Aeropuerto de Estambul es uno de los más grandes, modernos y estratégicos del mundo.
Se inauguró en 2018 y está ubicado en la parte europea de la ciudad, conectando Europa, Asia y África.
Es inmenso. Nosotros volaríamos hacia Roma con su línea Turkish Airlines.
Es impresionante mirar hacia arriba: un techo ondulado y radial evoca una flor abierta.
Modernidad, eficiencia, estética.
Nos vamos.
Estambul nos recibió dos veces, como quien abre y cierra una puerta con afecto.
Estambul no es solo una ciudad.
Es ritual, historia, religión, magia, psicología.
Me mostró techos como flores, piedras que respiran, cúpulas que miran al cielo.
Me dejó preguntas, ecos, imágenes que vuelven.
Y aunque el viaje siga, ella no se va.

Turquía fue tránsito, tierra, mirada, diversidad cultural.

Ahora, nos preparamos para otra geografía.





































Indice

 🌍 Índice del viaje 1.   Eslovenia •       Liubliana   • El Lago Bled refleja silencios • Las cuevas de Postjna guardan la voz de la ...